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Beatriz Camargo: la vocación de una alquimista del teatro

Sep 23-2013 Realizada por El Telegrafo Beatriz Camargo pertenece a esa estirpe de mujeres a las que un día, un año, una vida, siempre les quedarán cortos para todo lo que desean crear y compartir. Afortunadamente ella cuenta con el teatro, su herramienta para combatir el tiempo, el olvido y la normalidad. Beatriz está en Quito. Vino como invitada especial del X Encuentro Tiempos de Mujer, dirigido por la actriz Susana Nicolalde. Llegó con un taller experimental y una obra que es un homenaje al maíz: Hycha ya, presentada ayer en el Teatro Prometeo de la Casa de la Cultura. Ella es una suma de ciclos empujados por su imparable condición creadora. Su planteamiento estético es un lenguaje personal y universal a la vez. Piedras, musgo y máscaras son parte de su escenario. El objetivo: conectar al espectador con algo que quizá ya olvidó. *** Son las 11:30. Llego a la Sala Mandrágora para entrevistarla. La encuentro en medio del taller. Son trece actores y actrices que juegan a recordar a través de su cuerpo. Miro con alegría que una de ellas es mi madre. No quiero interrumpir, pero antes de salir nuevamente, Beatriz se acerca —traje oscuro, cabello blanco— y me dice con su voz profunda, amable, que es hora del receso y que pronto podremos conversar. A los pocos minutos vuelve con un plátano en la mano. Lo pela despacio, lo come, no hay poses. Se sienta en un banquito de madera y bajo una luz tenue de color azul me dice: Aquí estoy, empecemos. Beatriz, repasemos sus inicios. ¿Qué la impulsó a adentrarse en el mundo del teatro? Básicamente el deseo de salir de la normalidad. Mi primera carrera fue Lenguas en la Universidad Nacional. Una vez graduada empecé a trabajar como profesora, luego me casé y tuve una niña, pero de pronto sentí que el hecho de ser únicamente ama de casa y estar muy dentro de la normalidad no me llenaba, de pronto vi que se abría una Escuela Nacional de Arte Dramático en el Palomar, y cuando vi ese anuncio dije ¡Yo soy actriz! y empecé. Fue toda una respuesta a algo que no me estaba llenando, que era ser normal, entonces sentí eso, que el camino del teatro me iba a conducir, a su vez, a otros ámbitos que se salieran de eso a lo que nos acostumbra la sociedad de consumo. ¿Cómo llegó a fundar el Teatro Itinerante del Sol? Bueno, al salir de la Escuela de Arte Dramático, el director de teatro Santiago García me nombró profesora de la escuela. Luego pasé a integrar el Teatro El Alacrán, de Carlos José Reyes, un ícono de la dramaturgia en Colombia. Más tarde trabajé nuevamente con Santiago García, en el Teatro la Candelaria. Allí estuve seis años hasta que también empecé a sentir el deseo de hacer otras cosas y otras cosas y otras cosas, además de buscar otros espacios, otros caminos. Me di cuenta de que estaba buscando hablar o expresarme en torno a lo que es la tierra, lo femenino, la ancestralidad, la memoria, las mitologías, las culturas y su diversidad. Entonces me salí de la Candelaria y fundé el Teatro Itinerante del Sol que ya lleva activo 31 años.


¿Qué edad tenía cuando lo fundó?

Treinta y seis años, más o menos. ¿Se llegó a cumplir el carácter itinerante del proyecto? Ese era mi deseo, pero el camino te va poniendo cosas distintas. Desde luego hemos viajado mucho por varias partes del mundo: Europa, Indonesia, en fin, pero lo que yo quería era tener un camioncito e irme de pueblo en pueblo por los diferentes lugares de Colombia. Eso nunca se dio, pero lo que ha sido itinerante, finalmente, ha sido la cantidad de gente que ha pasado por el teatro. ¿Por qué no se dio ese tipo de itinerancia? Porque en la vida, mucho depende de cómo se vayan dando los caminos. Ellos fluyen en la medida que quieran seguir y yo, simplemente, fui fluyendo con ellos. Por ejemplo, luego de haber viajado a otros continentes, sentí el impulso de salir de la gran ciudad, no más grandes ciudades, me dije, ni Bogotá ni nada, sino irme al campo porque era eso lo que yo estaba deseando profundamente, un contacto con la tierra. Fue entonces cuando me fui al campo y fundé una maloca (“casa ceremonial” en lengua nativa) en Villa de Leyva, ubicada Boyacá, de donde son mis ancestros. En realidad es una tierra de mucho ancestro ligado al maíz. Ya con la maloca fundada, sabía que era hora de asentarse. Entonces la vida me puso en otra cosa: establecerme, formar un grupo, una comunidad y después sí, itinerar. ¿Cuánto tiempo trabajó en esta maloca? La maloca todavía está. Afortunadamente con el teatro ya llevamos 31 años y en la maloca como 20. Yo en Villa de Leyva ya vivo 27 años. ¿En qué medida los viajes la alimentaron tanto a nivel personal como artístico? En todo sentido. Cada vez que salimos es un alimento. Por ejemplo ahorita estoy aquí, con Viviana, que también es actriz del Teatro Itinerante del Sol y venimos, obviamente, a dar, pero también a aprender. El hecho de yo estar este momento contigo, en esta entrevista, y contigo (se refiere al fotógrafo) es por algo. El cosmos nos da la oportunidad de mirarnos a los ojos y de transmitirnos muchas cosas, así no sean conscientes. Pero nos estamos comunicando, conociendo. ¿Qué le ha dado el teatro a Beatriz Camargo? ¿Qué significado tiene en su vida? Para mí el teatro es un hilo que sé que no debo soltar porque es el que me conduce a conocerme, a conocer al otro, lo que me rodea. Es el camino por el que he llegado a tener conciencia de lo qué es la tierra, el universo, de quién soy, conciencia del amor y de que todos somos parte de un todo, que no estamos separados, cosas que nuestros ancestros indígenas ya sabían. Como nosotros nos olvidamos por los velos de la sociedad de consumo y de la normalidad, el teatro, en esa medida, me ha dado la maravillosa oportunidad de recordar. ¿Además de la memoria, cuáles han sido los temas recurrentes a lo largo de su trayectoria, los que de alguna forma siempre vuelven a salir? Mucho el despertar de todo lo femenino, el despertar de lo que es la madre y mucho, muchísimo, el maíz. El maíz es un tema recurrente en todas mis obras, el maíz como el verdadero dorado. Y precisamente es el maíz el elemento principal de la obra que vinimos a presentar en este décimo Encuentro, se llama Hycha ya, y es un homenaje al maíz. ¿Veo que hay una conciencia permanente en su teatro, vinculada con la tierra y la memoria ancestral. En esa medida, cuál es la responsabilidad del artista, sobre todo en esta época, donde los problemas ambientales existen? La responsabilidad es total. Y es uno de nuestros pilares el generar conciencia. El teatro que hacemos está ligado con la ley de origen, la ley natural, la ley del cosmos, por lo que tratamos de generar conciencia de que todo lo que sale de esta ley es lo que produce el desequilibrio, el desorden. Volver a la ley de origen es volver a lo que nuestros aborígenes llamaban “estar acorde con la ley natural”, lo que en Oriente denominan el Dharma. Nosotros hacemos un teatro ligado a la ley de origen, un arte holístico, integrador. Generamos conciencia y, a la vez, esa conciencia se expande.

¿Es ese el principio de la Escuela de Biodhrama que usted también fundó? Exactamente. Es una exploración y experimentación, siempre en proceso, una investigación-acción creativa que celebra la memoria. En el Biodharma se integra la música, la danza, el canto, la palabra, la máscara, la imagen teatral, la oralidad y la literatura, las artes plásticas, los oficios, los saberes milenarios, las ciencias humanas y naturales dentro de un sentido estético-ambiental. ¿En ello se enmarca este taller que ahora imparte? Exacto, se trata de un taller laboratorio. Un laboratorio experimental. Biodharmático, holístico, integral. El objetivo es hacer conciencia del parte y del todo, de que no estamos separados, de que somos luz y de que todos somos parte de esa ley de origen. ¿Cuáles son las técnicas por utilizar? La técnica que yo uso -si se le puede llamar a eso técnica- es que la maestra no soy yo sino el cuerpo de los actores o actoras (gusta llamarlas así, y no actrices, porque le suena a diminutivo). Entonces, al final de cada taller, ellos saben lo que el cuerpo les enseñó. ¿De las 29 obras que ha dirigido, hay una o más que usted quisiera mencionar, alguna que la haya marcado? Sí, claro, está Muysua, por ejemplo, que fue una obra “muy pulso” de todo, un homenaje al maíz, que evoluciona y evoluciona y cada vez se presenta de otra manera. En este Encuentro, se llama Hycha ya, pero viene de ser Muysua desde hace muchos años. Ahora es distinta. Otra obra pilar es El testigo o libro de los prodigios que entrelaza la música del renacimiento, la música gitana, y la música ancestral precolombina con imágenes de pinturas inspiradas en el juego que establecen la luz y la sombra. Otra obra que rescato es “Solo como de un sueño de pronto nos levantamos”, con la cual ganamos, en 2009, el Premio Nacional de Dramaturgia, también un homenaje al maíz. Y “Voces de libertad” que es nuestro último montaje, inspirado en las tres edades de la pintura de Guayasamín. La estructura para la creación de la obra es la que propone “La Divina Comedia” de Dante Alighieri: Tres grandes actos o círculos, que son el espacio-tiempo de la conciencia acrecentada, observada o vivida, en los primeros dos círculos, por dos personajes que son el Dante y su maestro, el poeta Virgilio, encarnados aquí en Bolívar, y su maestra la Tierra. Manuelita es la Beatriz que conduce a Bolívar al tercer círculo, al paraíso, al verdadero amor. ¿Es la primera vez que viene al Quito? ¿Cómo se ha sentido? Muy bien, ya he venido varias veces. Llegamos anoche, o sea que prácticamente mi estancia ha sido este taller con estos actores y actoras que para mí han sido colibríes, mar, curiosidad, descubrimiento, liviandad, vivir, sol, luna, descubrir... han sido todo eso... (luego me entero que cada tallerista adopta, precisamente, un nombre que nazca de sí mismo, y con el que se sienta afín). Sé que parte de las actividades que su grupo lleva a cabo son las de visitar comunidades más apartadas y presentar sus obras. En cada función tratan de que asistan las ancianas. Cuénteme más sobre esto. Sí, bueno, por ejemplo, en Villa de Leyva tenemos una labor permanente con las ancianas y ancianos, pero sobre todo con las mujeres. Nosotros servimos de puente para pasar la sabiduría de ellas y de ellos a los niños, porque nuestra escuela de Biodharma trabaja en las veredas, en el campo con niños y niñas, y los actores que son los maestros sirven de puente entre las ancianas y los pequeños, ellas son cantadoras y copleras de mucha sabiduría. Tenemos incluso varias obras montadas con ellas. Maravillosas. ¿Me empezó contando que sus inicios en el teatro fueron porque sintió la limitación del único rol de madre y esposa ¿Qué es de su familia ahora? Pues me separé, circunstancias de la vida. Pero tengo una hija y un nieto. Pisé bien mi camino y finalmente mi esposo, si podríamos llamarlo así, es el teatro. Muchas veces, a creadoras a las que se las percibe fuertes, como usted, no les suelen preguntar por sus temores o debilidades, parecería que no los tuvieran ¿A qué le teme Beatriz? Uy! (risas). Pues claro que eso existe, a veces aparecen temores, pero en eso consiste mi trabajo, en transmutar el miedo por el amor. ¿Y cuál es su herramienta para conseguirlo? El teatro, definitivamente, el teatro. Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cultura/1/camargo-la-vocacion-de-una-alquimista-del-teatro

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